EL autor del libro de Cómo Se Formó La Biblia, Edilberto López, responde a ese interrogante que quizás todo cristiano a tenido que hacerse en algún momento: ¿Qué tiene la palabra de Dios que cuando la leemos produce un fuego en lo más profundo de nuestro ser? Eso tiene que ver en si con el concepto de la Biblia como Palabra de Dios. Una experiencia de esa índole, es decir la del fuego al interior, la podríamos encontrar en Hechos 8:26-39, cuando el etíope leía al profeta Isaías, en la escritura referida al Mesías. Esa palabra lo estaba interpelando. Felipe aprovecha para anunciarle el evangelio y viene una conversión del etíope. En este orden, López afirma que la Biblia como palabra de Dios “tiene el poder de evocación entre creyentes como lugar de encuentro e interpelación divina al ser humano.” [1] El autor explica que este concepto “palabra de Dios” se construye a partir de las diferentes eventos dados en contextos y tradiciones donde la voluntad de Dios es manifestada. Esos eventos, sean proféticos, de dirección en sabiduría, de milagros o prodigios u otros hechos divinos, “tienen un elemento modular común, un primer encuentro con la presencia de Dios y su voluntad.”[2] De esto se infiere que, si la presencia de Dios no ha esta allí, nos es palabra de Dios y eso debería ser la regla que se debe aplicar hoy día en día en la iglesia de Cristo para acabar con toda falsa teología.
Ahora, ese concepto tiene implicaciones teológicas y éticas. En cuanto a las implicaciones teológicas se entiende que la Biblia tiene que ser testimonio de la palabra de Dios. Esta palabra tiene que ser encarnada para que esté al alcance del ser humano de acuerdo sus limitaciones. López le llama a esto “un acto de encarnación y condescendencia” de parte de Dios para con los humanos. El hombre al tener acceso a la palabra de Dios le trae significado a su vida, aun en medio las circunstancias y los sufrimientos. Igualmente se hace importante que en cada situación en la vida de los creyentes, la palabra de Dios ayude a construir una teología que responda al contexto de necesidades sin caer en absolutismos y legalismos bíblicos.
Por último y respecto a las implicaciones éticas, la Biblia como palabra de Dios tiene “poder interpelador”[3] y “potencial interrogador” [4] para ir a buscar el ser humano en sus dimensiones individuales y colectivas, en lo personal, familiar, sociocultural, político y ecológico. El poder interpelador que tiene la palabra de Dios lleva al hombre a cuestionarse dónde está en su relación con Dios y cómo es su relación con el prójimo en cuanto al trato que se le de como imagen de Dios. El poder interrogador de la palabra de Dios lleva al hombre al cuestionarse sobre esas áreas donde debe trabajar para no dejarse dominar por ellas y alcanzar la liberación y la restauración a nivel personal, y beneficie a su comunidad.
[1] Ediberto López, Cómo se formó la Biblia (Minneapolis: Augsburg Fortress, 2006), 5.
[2] López, Cómo…, 13.
[3] Ibíd., 11
[4] Ibíd., 12
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